— Javier Ramiro Wanga
Hoy, ésta generación seguimos conversando sobre lo que conversaban nuestros kuankua (abuela), nuestros pampa (abuelo). Seguimos aludiendo a las palabras de nuestros sabios y sabias, que sin saber leer ni escribir sabían formar a las familias en muchas disciplinas para ser ɨnkal Awá; que sin hablar de amor sabían transmitir el cuidado y la protección hacia la familia desde los escenarios del sau, del ɨnkal, del Pi, del maij izmumat, del Yat y otros.
Hoy nos cuesta hablar mucho como en los viejos tiempos de los Mainkin Attɨm Awaruz, sencillamente porque los tiempos son distintos y nutrimos otros hábitos. Hoy estamos hilando, retejiendo, volviendo a tejer por las distintas rupturas y convergencias. Seguimos resistiendo y defendiendo para no dejar morir lo que somos.
Hoy seguimos mirando hacia el horizonte del ayer, porque allí encontramos el refugio seguro, allí está el camino que tanto buscamos, allí están nuestros ancestros, nuestra sangre. Allí están las voces de nuestras hermanas y hermanos Attɨm Awaruz, allí están dándonos fortalezas para seguir construyendo procesos en donde podamos exaltar las conversas y las vivencias de nuestros ancestros. Allí están las risas, las miradas, los pasos lentos pero ligeros y, sobre todo, libres.
Quedan sobre estos diálogos preguntas y dudas:
¿De qué conversaban nuestros amados y queridos hermanos y hermanas Awá?
¿Por qué hoy es importante seguir hablando del legado de los Attɨm Awaruz?
Quizás nos podrían ayudar a definir nuestros caminos, quizás nos podrían ayudar a darle sentido a nuestra existencia, quizás nos podrían ayudar a ver lo que tenemos, quizás nos podrían ayudar a ser felices, a sonreír como sonríe un Awá. Pareciera que no sufriera, pero sufre también en su selva, llora en su tierra, padece un sinfín de problemas. Pero pasa cuando llueve, toma aliento cuando siembra y toma chicha, se alegra con el grato saludo de un amigo y el abrazo profundo de sus hijos.
Vuelve a caminar sobre los ríos y se dirige a pescar; cuando ve que las cosas no fluyen, va a nadar en los ríos más puros que la tierra pudo regalar, donde yacen los recuerdos de los ancestros Awá. Cuando ve que la vida se frustra, va a la selva en busca de bejuco para los tejidos y teje; allá escucha sonidos de aves y rastros de los animales; allí se olvidan las penas, las amarguras y los problemas que lo acongojan.
Gracias gente del sol, gracias gente de luna, gracias gente de las estrellas, gracias gente de montaña y de la selva, gracias gente del río, gracias gente de la loma, gracias a la mujer lluvia, gracias al pampa, gracias gente del maíz, gracias gente del temblor, gracias gente ishkum Awá, gracias gente carpintero, gracias Ñankara, gracias gente del remedio, gracias a ɨnkal pamika, katparuza iznu chammika (dueño de la selva y cuidador de animales), gracias a kuankua ɨnkal Arat izmu chammikasha (cuidadora de aves), gracias a la gente de música, gracias gente de la comida, gracias gente del viento.
Por todo esto y más, yo siempre suspiro en cada anochecer y cada amanecer que la tierra brinda, sin esperar nada a cambio.
Aishtaish apu. Gracias.
28 de agosto de 2021, Territorio Attɨm Awá
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